Desenmascarando los sentidos habituales

lo político
Más allá de lo escénico, para un arte político


Lo político como transformador implica introducir otros sentidos a la realidad, que
promuevan nuevas relaciones, posibilitando una redistribución y hasta una destrucción de
los haceres habituales que configuran nuestras vidas.. Las prácticas artísticas tienen
sentido para nosotras si podemos con ellas buscar estrategias y encontrar nuevos
engranajes con los que podamos crear otras formas diferentes a las que tenemos de
experienciar lo que llamamos de manera común, realidad.
El arte, en su intención de ser político, se nos presenta como posibilidad para modificarnos,
la dificultad que encontramos al accionar desde él, es que éste opera mediado por
instituciones y convenciones que debilitan su potencia de ser político. Entendiendo lo
institucional, en este caso, como todo organismo público o privado que ha sido establecido
para desempeñar una determinada función cultural y social.
Las instituciones que materializan, inevitablemente hoy, la puesta en acto de nuestras
propuestas artísticas; museos, teatros, cines, productoras, galerías, fondos de incentivo,
universidades, planes nacionales, mercado, festivales, impregnan con sus modos y
sentidos a las mismas. Con su mediación, debilitan la intención transformadora que tienen
las acciones que proponemos, porque filtran y estandarizan los intentos de crear otras
maneras.
En este momento, en nuestra comunidad las instituciones se han vuelto extremadamente
poderosas, todas nuestras propuestas artísticas tienen que estar institucionalizadas. Para
poder hacer y que nuestro hacer sea legítimo y visible debe estar atravesado por su aval,
son éstas las que marcan la agenda del qué, el cómo y quienes. Heredamos de ellas su
necesidad de ser en un sistema capitalista y neoliberal. Asumiendo esto, nos toca decir,
que hay algunas instituciones que reconociendo esta condición se posicionan de manera
crítica ante su poder. No todas son iguales ni todas las personas que las hacen funcionar lo
son. El acceso a la dimensión ética y política de sus funciones, no parecería ser siempre
una condición para la acción.
El hacer institucionalizado implica tomar sí o sí la forma de la institución, incluso en sus
versiones menos invasoras. Es mercantilizar nuestro trabajo, asumir las convenciones
heredadas para la puesta en diálogo de nuestras obras, condicionar la producción, la
creación, la circulación, es tener que ser reconocida y legitimada y por sobre todo, es
condicionar nuestros deseos y afectos, motores para la acción. Al tomar sus formas,
tomamos los modos establecidos que cumplimos cuando asumimos el rol de artista y que
cumplimos cuando asumimos el rol de espectador. Nos entregamos a relaciones que ya
están previamente configuradas haciendo que las provocaciones del arte patinen, no
encastren, no muevan hacia otras realidades, todo vuelve cada vez al mismo lugar, al
mismo orden o se integra a él, hemos perdido el poder de rasgar este tejido llamado
realidad.
Dependiendo de qué institución sea, que características tiene y qué propone – imponen,
serán las relaciones que vamos a establecer. Esas relaciones se instalan en lo más
profundo de nuestros organismos, organizando nuestras vidas. Nos limitan a maneras de
hacer y desear pautadas por lógicas que coinciden con pensamientos estratégicos y
mercantiles. y las reproducimos en todos los niveles de nuestras vidas. A partir de esto se
nos hace necesario evaluar para cada propuesta que hagamos, si nos vinculamos o no con
instituciones, y de hacerlo, considerar cuáles son las formas que éstas no proponen y cómo
nos posicionamos ante ellas.
Aunque esto no es garantía, estamos haciendo esfuerzos y un refuerzo para lograrlo, y al
intentarlo estamos cambiando nuestras vidas.
Los sentidos en la escena
Al profundizar en los sentidos que emergen, específicamente, en la experiencia que
nombramos escena (con sus implicancias éticas, artísticas y políticas), percibimos que
estos no nos permiten actuar, desde la perspectiva de la ficción, sobre nuestros modos de
vida “reales”. Esto sucede porque opera en las experiencias escénicas de los espectadores
y artistas, la dicotomía ficción y realidad. Esta dicotomía, que es una construcción, nos
produce un aparente recorte entre lo que sucede en la escena y nuestras vidas reales.
Diluyendo la posibilidad de que lo que se presenta en la escena reverbere y transforme
nuestras vidas. La ficción por convención, es lo fingido o inventado, está relacionado a la
mímesis, que implica imitar la realidad. Casi todas las personas en nuestra comunidad
asumimos que lo que pasa en escena no es real, porque adherimos a esta convención. Por
más que la danza contemporánea en estas últimas décadas ha intentado reformular el
planteo de la ficción a partir de introducir la idea de presentación en sustitución de la
representación, sigue prevaleciendo en la experiencia como espectador un filtro ficcional
ante aquello que se nos presenta. Lo que experimentamos pierde la categoría de real,
ejemplos claros son eventos de violencia que se despliegan en la escena, ver alguien robar,
orinar, gritar, por más que nos afecte sabemos que no son reales, estas acciones realizadas
en la escena no tienen el mismo efecto y valor, que fuera de ella.
Esta condición de lo escénico nos lleva a proponer, desde este proyecto, experiencias que
disloquen las convenciones y relaciones que nos hacen asumir la ficción. Nos movemos
fuera de lo escénico, con la intención de introducir nuevos sentidos en los espacios
configurados desde nuestra cotidianidad. Para esto creamos, interviniendo nuestra vidas,
instancias que se alejen de los modos habituales en que organizamos la realidad. Atentas a
las relaciones que establecemos con las instituciones, fragilizando la realidad, introduciendo
nuevos sentidos y modos de hacer; proponemos dispositivos experienciales que se
desplieguen desde el deseo de crear otras experiencias comunes.
Las relaciones que establecemos con las otras personas incluyen fuertes protocolos a
seguir, afirman formas y ordenamientos de la vida material que están operando a favor de
un sujeto individualista y capitalista. En las distintas acciones que proponemos desde
Insurrección de lo sensible, atendemos las diversas dimensiones y redes de sentidos que se
despliegan en las relaciones que promovemos. Visualizamos los relatos que nos contamos
para manipularlos e introducir nuevos sentidos que debiliten las maneras establecidas de
vivir.
Hacemos esfuerzos y un refuerzo para crear otros modos de hacer que no mercantilicen la
vida y remuevan lo instalado en nuestros organismos. Creamos experiencias mínimas que
disloquen las maneras habituales de sentir, espacios de incertidumbre que se instalen
desde el afecto en la cotidianidad de nuestra respiración. Deseamos vidas porosas,
compartidas y comunes, que nos inviten a ocuparnos de las relaciones.

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